Sobre la ansiedad social

Quienes me conocen de verdad, y no la versión pública que todos mostramos cuando no nos sentimos seguros, saben que sufro de una insoportable ansiedad social en situaciones que para la mayoría son del todo normal.
Así, por ejemplo, pedir los aderezos en una hamburguesería cuando la moza de ha olvidado de ofrecerlos se convierte en una lucha interna tan fuerte que, si no está mi compañera conmigo, probablemente termine comiendo mis papas fritas sin ketchup. (ni hablar de reclamar si se equivocan en mi pedido)
Una vez, para que te des idea de lo grave de la situación, casi me pierdo en el conurbano de Buenos Aires por no atreverme a preguntar a nadie dónde tenía que haber bajado del colectivo (No me pasó nada porque el conurbano no es el Vietnam que quieren presentar los medios de comunicación, ¡aguante Kici LPM!)
Algo peor
Pero de todas las cosas, hay una que me aterroriza mucho más que nada: ir a cortarme el cabello (sí, tengo casi 35 años). Y no estoy exagerando, en casa saben que puedo volver con cualquier corte simplemente por no saber cómo comunicarme con el peluquero.
En mi defensa, ir al peluquero hoy se siente como se debe sentir alguien que solo quiere un café americano y cae en el starbucks: extremadamente caro, con demasiadas opciones y empleados que pareces obligados a ser felices por contrato (espero que al menos las peluquerías no apoyen al genocidio en Palestina).
Cierto día, un amigo me comentó que cada que me veía tenía un look diferente. Es que no sé contestar todo lo que me preguntan en el momento: ¿Redondo o cuadrado la parte de atrás? No sé, nunca me veo; ¿Las patillas cuadradas o en punta? vos sos el experto, decide; ¿Así de largo está bien? Sí (en realidad solo estoy deseando salir corriendo)
Una fobia sin fin
La fobia empezó temprano en mi vida, tengo el recuerdo, que solo mi mamá sabrá si es real, de que en los albumes familiares hay una foto mía sentado en la silla del peluquero: estoy llorando, no podía ser de otra manera (Aunque también lloraba cuando apagaban la luz en el cine, en el circo y el teatro, cuando perdía tigres y básicamente siempre fui un niño llorón)
Ya intenté tener el pelo rapado, pero me gusta tanto la compañía de mi compañera como para arriesgar a perderla por mi apariencia (además, me da un gran gusto ver libertarios luchando por no quedarse calvos y yo estar todavía sin ninguna entrada), también intenté dejarme el pelo largo, pero implicaba muchas más visitas al peluquero.
¿No tengo problemas más serios para pensar? Sí, tengo muchos (empezando con que vivo en Argentina y nos gobierna un maniático), pero desde hace dos semanas cada que me veo al espejo sé que mi corte ya no tiene forma ¿Cuánto más puedo postergar mi desdichada visita mensual?
Donde quiero estar
Sin embargo, existe una silla de peluquero en la que me gustaría estar sentado en este mismo momento: la misma en la que me senté desde mi primer corte y durante casi todos los cortes que me hice hasta los 16 años (cuando me animé por primera vez a ir solo a otro lugar: con Chuy (QEPD).
Soy realista, quizá no sea la misma silla, quizá tampoco sería en la misma peluquería (aunque bien puede ser porque sigue existiendo y funcionando), pero lo que realmente me importaría es que fuera el mismo peluquero: Don Ramón, peluquero ya casi con estatus de leyenda en Camargo, Tamaulipas, México y el valle del Rio Grande, EUA: Mi abuelo.
Y es que hoy está de cumpleaños y, aunque seguramente recibirá varias visitas y muchas llamadas, estoy seguro que, si solo tuviera una hora para estar allá, en esa hora abriría la peluquería, acomodaría la silla a mi altura y, casí sin preguntar nada, me volvería a hacer el mismo corte que me hizo hace casi 20 años, pero esta vez yo lo valoraría mucho más.
Y es que nunca más volví a confiar en un peluquero.